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El tesoro de los acuíferos

23/10/2012

El Faro de VIgo / El agua se ha convertido en el oro liquido del nuevo siglo. Su escasez ha provocado que, en muchas zonas del planeta, la población padezca sed y hambre. Sin embargo, bajo el suelo se hallan grandes cantidades de agua, almacenadas en acuíferos. Recientemente una compañía privada ha descubierto en Australia un auténtico mar de agua dulce subterráneo. Con una extensión de 200.000 kilómetros cuadrados y a una profundidad que oscila entre los 50 y los 2.000 metros. Los expertos calculan que contiene dos trillones de hm2 de agua apta para el consumo urbano y agrícola. Podría abastecer a la ciudad más próxima, Perth -con una población de 1.200.000 habitantes-, durante 4.000 años.

La hidrogeología es la ciencia que estudia el agua, que cuenta con menos de dos siglos de existencia. Surgió, en buena parte, en un intento de entender el origen de los pozos artesianos, de los manantiales, etc.

Durante siglos, la búsqueda de aguas se identificaba con aquellos hombres y su varita en la mano, buscando por el campo «veneros», como se denominan en el lenguaje popular rural. Hace aproximadamente unos 70 años, se desarrollaron nuevas técnicas de perforación y se comenzó a utilizar la bomba de turbina, lo que permitió aprovechar mucho mejor las aguas subterráneas.

Fue entonces cuando se inició su aprovechamiento al perforar sus propios pozos para sus regadíos, sin tener que depender del agua procedente del cielo o de sistemas de regadío con aguas superficiales. Y también ha sido en el siglo XX cuando los científicos han conseguido espectaculares avances en el conocimiento de esta agua: su ubicación, cómo se mueven, su origen y propiedades físicas, químicas y biológicas.

El estudio del agua es interdisciplinar, puesto que existen aspectos económicos, sociológicos, culturales e incluso artísticos o religiosos, a los que hay que tener en cuenta a la hora de abordar este asunto.

La escasez de agua en el planeta ha provocado que los acuíferos se conviertan en el punto de mira de gobiernos y científicos.

A diferencia de lo que creían Platón o Da Vinci, el agua subterránea no procede del mar sino de las lluvias, que se infiltran en el terreno, se almacenan en los acuíferos, desde donde lentamente se incorporan al caudal de agua de los ríos, o salen a la superficie en forma de manantial o en zonas de humedales.

Puede llegarse a pensar que, al depender del agua de lluvias, también los acuíferos están expuestos a periodos de escasez pluviométrica, sin embargo no es así. Las aguas subterráneas, gracias a su lento flujo, son prácticamente insensibles a la sequía. Basta con citar algunos datos para señalar la importancia de ese gran tesoro hídrico que permanece oculto bajo la tierra: todo el volumen de agua contenida en los ríos del planeta solo representa un 002% del volumen de las aguas subterráneas de la Tierra.

El objetivo principal de la hidrología, hoy por hoy, es la protección de los acuíferos contra la contaminación. La agricultura intensiva, con sus pesticidas y fertilizantes, los vertederos de residuos sólidos urbanos, hasta las propias gasolineras, y otras diversas actividades, pueden convenirse en los más feroces enemigos de las aguas subterráneas. No son inmunes.

Un acuífero tarda bastante tiempo en contaminarse, pero cuando lo hace el proceso de descontaminación suele ser aún más largo, y en algunos casos irremediable. Los hidrogeólogos realizan estudios constantes de la calidad de agua, mediante la extracción de muestras y los correspondientes análisis químicos. Una vez que se detecta que existe contaminación, pueden realizarse bombeos y tratamientos, o utilizar procedimientos que se denominan de biorremediación. Consisten en inyectar nutrientes de forma que activen las bacterias beneficiosas que están presentes en el agua para que destruyan las sustancias contaminantes.

Un serio problema al que hay que enfrentarse, una vez que se detecta que un acuífero está contaminado es iniciar las acciones legales contra el presunto contaminante. Las confederaciones hidrográficas se inhiben hasta que el juez dicte sentencia. Hasta que esto ocurre han podido transcurrir fácilmente entre 5 y 10 años. Definitivamente ésta no es la solución.

El agua de los acuiferos puede llegar a convertirse en la solución de los problemas a los que se enfrenta el mundo, como puede ser el hambre.

En Dinamarca el 90% del agua destinada al consumo humano se obtiene de los acuíferos; en Italia y Francia estos porcentajes son del 80% y el 70% respectivamente. En cambio en España, tan sólo una tercera parte del agua que se utiliza procede de los acuíferos. Un aprovechamiento controlado y planificado de estos recursos facilita extraordinariamente el abastecimiento de agua y de regadío durante muchos años. Lo que ocurre es que las administraciones hidráulicas nunca se han ocupado de estas aguas, lo que ha provocado una explotación descontrolada.

Hasta 1985, las aguas subterráneas se consideraban propiedad del que las encontraba. Ese año se aprobó la nueva Ley de Aguas, por la que se declaró de dominio público de todo nuevo aprovechamiento de aguas subterráneas. Respecto a los ya existentes, la legislación estableció su inscripción en el Registro de Aguas Públicas o en el Catálogo de Aguas Privadas. Muchos expertos creen que el 90% de los aprovechamientos de aguas subterráneas españolas continúan sin haber regularizado su situación jurídica.

En 1998, el Ministerio de Medio Ambiente estimó que la regularización jurídica de los acuíferos declarados sobreexplotados supondría un coste de unos 2.000 millones de pesetas. Sin embargo, sólo el contrato de asistencia técnica para la «clarificación jurídica» de los acuíferos de la Mancha Occidental ya ha supuesto unos 1.000 millones de pesetas.

Son de todo punto necesario, además de las facetas científicas,las acciones de la Administración y la educación social.

La Administración debe aprovecharse de sus beneficios, a la vez que preservarlas de un mal uso que perjudicaría a las generaciones futuras. Una regulación eficaz y un control sobre el uso, contribuiría a optimizar este recurso. La sociedad debe concienciarse de que el agua subterránea también es un recurso limitado, que puede llegar a degradarse hasta convertirse en inutilizable. La perforación incontrolada de pozos sólo conduce a una explotación excesiva. Si esto no se corrige, puede peligrar la estabilidad económica y social de los que ahora se aprovechan de ella.

A lo largo de este siglo, el consumo de agua dulce se ha multiplicado por siete debido principalmente al crecimiento de la población -ha pasado de 1.600 millones de habitantes en 1900, a 6.000 millones en la actualidad-, el desarrollo industrial y la expansión de la agricultura de regadío, que se ha multiplicado por cinco y se ha incrementado de los 50 millones de hectáreas a principios de siglo a los más de 250 millones de hectáreas de hoy.

En los Estados Unidos, la mitad de la población cubre sus necesidades domésticas con aguas subterráneas. En España, sólo un tercio se abastece de ellas, siendo ésta una de las proporciones más bajas de Europa. Las ciudades que utilizan de forma conjunta aguas subterráneas y aguas superficiales, rara vez han tenido restricciones. Basta citar como ejemplo Barcelona y Pamplona. En cambio, ciudades como Bilbao o Cádiz, que sólo se abastecen de aguas superficiales, han padecido en los últimos años los rigores de la escasez. En el caso de Madrid, por ejemplo, en 1993 se prohibió el riego de parques y jardines con aguas superficiales, lo que provocó que, en tan sólo seis meses, se perforaran 2.000 pozos particulares.

 Enlace a la noticia en «El Faro de Vigo»